Ciencia para impacientes

viernes, diciembre 28, 2007

Mendeléiev: Un breve homenaje en el centenario de su muerte (III)

“No busquéis la inteligencia ni la apariencia exterior. Elegid por compañeros el corazón y el trabajo”

Dimitri Ivánovich Mendeléiev

Fotografía de la boda de Ana Popova y Dimitri Ivánovich Mendeléiev celebrada en San Petersburgo el 22 de abril de 1882. Mendeléiev tuvo tiempo de hacer actividades muy diversas y su vida está llena de aventuras. Montó en globo para estudiar un eclipse total de Sol el 19 de agosto de 1887 e hizo un viaje a EE UU en 1877, del que escribiría “En América se preocupan por extraer la mayor cantidad posible de petróleo, sin tener en cuenta el pasado ni el porvenir ni la manera mejor, más razonable de proceder. Actúan según el interés del momento y sobre la base de las conclusiones inmediatas” –y de esto hace más de 100 años. Pero sin duda, su mayor aventura fue la de enamorarse de Ana Popova, de 17 años de edad, cuando él, casado y con dos hijos, tenía 42 años. Así describía Mendeléiev a su joven amor: “Ana era una joven alta y esbelta, de andar gracioso, con gruesas trenzas doradas, que llevaba modestamente anudadas sobre la nuca con lazos negros, que sentaban muy bien a su hermosa cabeza. Pero lo que tenía más bonito eran sus grandes ojos claros, con su expresión seria de persona mayor en un rostro de óvalo infantil, con mejillas rosadas y cejas bien pobladas. Su voz era dulce y muy agradable”.


Mientras que Ana veía así al profesor de Química: “Andaba rápidamente, inclinando hacia delante, como si surcase las olas, los cabellos flotando. A pesar de su aire impresionante y majestuoso, todo el mundo le sonreía. […] Se distinguía de los demás como un águila que se hubiera introducido en un gallinero o un ciervo salvaje en un rebaño de animales domésticos”. Pero este amor era imposible en la rusa imperial de finales del siglo XIX. Durante cuatro años Mendeléiev sufrió y enloqueció de amor. Su mujer siempre se negó a concederle el divorcio. Ana, atormentada, decidió poner tierra de por medio y se marchó a Roma. Mendeléiev estaba destrozado. Cayó enfermo. Próximamente tenía un congreso en Argel, al que iría en barco, y decidió suicidarse durante la travesía. “Por el camino quería tirarme al mar desde la cubierta del barco”. Afortunadamente, le confió su dramático plan a su amigo Beketov, junto con su testamento y algunas cartas para su joven amor. Éste, preocupado por la suerte de su amigo, corrió a suplicarle a la mujer de Mendeléiev que le concediera el divorcio. Ella, ante la dramática situación y tras una buena compensación económica, accedió finalmente. Mendeléiev, al enterarse, cambió de rumbo y fue al encuentro de Ana a Roma, donde se prometieron en matrimonio. Ambos se casaron poco más tarde, el 22 de abril de 1882, en San Petersburgo. El zar Alejandro III dijo cuando acusaron a Dimitri Ivánovich de bígamo según la ley de la iglesia ortodoxa que no reconocía el divorcio: “Mendeléiev puede tener dos esposas, pero yo únicamente tengo un Mendeléiev”. El amor entre nuestros dos protagonistas duró hasta el final de sus vidas.

En inverno de 1906, Mendeléiev enfermó de una gripe que le afectó los pulmones. En enero de 1907, la enfermedad empeoró al salir de casa para ir a la Oficina de Pesas y Medidas, para atender personalmente al Ministro de Comercio e Industria que iba de visita oficial. El 2 de febrero de ese mismo año y mientras escuchaba un pasaje de Viaje al Polo Norte de Julio Verne, su autor favorito, moría en su casa de San Petersburgo a los casi 73 años de edad. Pocos días después, le enterraban en el cementerio Volkovo, al lado de las tumbas de su madre Maria Dimitrievna y su hijo Vladímir. El frío era tan intenso que los trabajadores sólo pudieron escribir su nombre en la lápida. En su funeral, los antiguos estudiantes de la Universidad de San Petersburgo enarbolaban una gran Tabla Periódica, como símbolo de su inmortalidad, en la que Dimitri Ivánovich Mendeléiev vive para siempre. En su lápida, aún hoy, sólo aparece escrito su nombre. Alguien comentó: “sobre una tumba como ésta no se podía poner otra cosa”.

Para saber más:

En la web:

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Dimitri_Mendeleyev

[2] http://web.educastur.princast.es/proyectos/fisquiweb/Mendeleiev/BioMendeleiev.htm

Libro recomendado:

Pascual Román Polo, El profeta del orden químico. Mendeléiev. Editorial Nivola, Tres Cantos, 2002.



Javier García Martínez

Categoría: Historia

viernes, diciembre 14, 2007

10 razones para que investigadores españoles en el extranjero no vuelvan

[Texto escrito por Javier Sáez Castresana y publicado en Forum Libertas con fecha 16 de noviembre de 2007]

Quince años de políticas variopintas para captar "cerebros", y España sigue sin garantizar a éstos una continuidad en su país.


El ministro de Sanidad y Consumo, Bernat Soria, en una visita realizada a Suecia hace un mes se reunió con más de 30 investigadores españoles en el Instituto Karolinska de Estocolmo, un prestigioso centro de investigación biomédica que además ejerce como una de las universidades médicas más grandes y célebres de Europa.

El ministro esbozó el proyecto de retorno de investigadores españoles que está diseñando el Ministerio de Sanidad y Consumo.

Hay varias razones por las que aconsejo a estos científicos que no regresen precipitadamente a España si la única causa para tal regreso fuera la propuesta del ministro. No obstante, conviene antes hacer un poco de historia.

En el año 1992 se lanzaron por vez primera los “contratos de reincorporación de investigadores postdoctorales a España”. También se hizo una llamada a los mal denominados “cerebros” para que regresaran a la patria a hacer investigación.

Muchos regresaron convencidos de que el país se abría a la contratación de investigadores. No fue así. Los contratos duraban tres años como máximo, y sólo si el director de investigación al que se adscribían tenía un proyecto de investigación concedido.

Cuando dejaba de tenerlo, el “cerebro” pasaba al paro. Y si el director disponía de otro proyecto varios meses después, el “cerebro” era recontratado. Esta situación acabó con la paciencia de muchos, que abandonaron definitivamente la investigación, ya que tras sumar los tres años de contratación total pasaban directamente al paro al no haber sido diseñado un plan de plazas de investigadores en las universidades o en el CSIC.

Otros “cerebros” que regresaron a España, fueron contratados en alguno de los hospitales del Sistema Nacional de Salud. Para ello, el hospital pagaba una parte y el Fondo de Investigación Sanitaria el resto.

Así durante 6 años, con un salario bastante bajo, escasamente superior a los 1000 euros al mes. Hace un par de años estos investigadores, han finalizado sus contratos: algunos han sido recontratados a bajo sueldo por el propio hospital y otros han pasado al paro. Varios abandonarán la investigación si encuentran un trabajo mejor.

Hace pocos años se diseñó el plan de contrataciones Ramón y Cajal, como una mejora de los contratos de reincoporación de 1992. Ahora duran cinco años y no dependen de que el director de investigación al que el “cerebro” se adscribe tenga o no un proyecto de investigación concedido en un determinado momento, ya que la financiación se concede directamente al investigador contratado, al “cerebro”.

En breve iremos viendo cuál es el futuro de estos investigadores: ¿serán verdaderamente contratados por las universidades, el CSIC u otros centros de investigación cuando el MEC deje de pagar los contratos Ramon y Cajal? ¿Se han creado plazas específicas para ellos?

¿Existe un modo de valorar su carrera profesional? Nadie responde con claridad a estas preguntas en la administración. Si algunos encuentran empleo será por el buen hacer de su propia universidad o de otra, pero las garantías de que todos aquellos que han trabajado correctamente encuentren empleo son mínimas.

España no ha profundizado a nivel político sobre la importancia de la investigación científica en términos de contratación de personal. Los políticos hablan mucho de investigación, tal vez demasiado, pero no concretan cómo hay que financiar los recursos humanos, verdaderos agentes activos de la investigación.




Tras 15 años de políticas variopintas para la captación de “cerebros de investigación” España sigue sin garantizar el futuro de éstos una vez en su tierra.

Paso a dar diez razones (hay muchas más) para aconsejar a las nuevas promociones de científicos postdoctorales españoles que sigan en sus puestos mientras puedan y sólo regresen si no hay más remedio y amarrando todos los cabos posibles, porque, de otra manera, con la simple confianza en el gobierno de turno, no prosperarán ni laboral ni científicamente.

1. España no ha diseñado una carrera científica. Los “cerebros” que retornen han de saber que las universidades les contratarán como docentes, despreocuparándose, en general, por sus quehaceres investigadores, exigiéndoles únicamente el cumplimiento de la docencia. Sólo el CSIC ha diseñado una carrera científica. Los investigadores que llegan del extranjero son, por ello, difícilmente contratables en la universidad, o en hospitales si realizan investigación biomédica. Además la promoción posterior es inexistente.

2. Oposiciones frustradas a plazas en la Universidad . Quienes sólo se hayan dedicado a investigar, y no a enseñar formalmente, no podrán opositar a puestos de profesor titular o catedrático, por mucho curriculum vitae que lleven a sus espaldas, ya que la función docente documentable, por escasa o inexistente, les impedirá ser incluso baremados como candidatos a tales puestos por parte de la actual ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación).

En otras palabras, España trata a este colectivo como “investigadores no docentes”, aunque se pasen la vida enseñando cómo investigar y dando conferencias con sus novedosos resultados.

En nuestro país un premio Nobel no llegaría a catedrático si sólo hace investigación y no da clases de alguna asignatura de licenciatura. Y esta norma se ha seguido al pie de la letra durante décadas, por no decir siglos, a fin de introducir en el sistema a mediocres “docentes no investigadores”, impidiendo la entrada de investigadores de calidad que podrían en poco tiempo adaptarse a la docencia y contribuir con su investigación a incrementar el nivel de producción científica de nuestras universidades.

3. Exceso de carga docente. La carga docente en la universidad es habitualmente pesada y tediosa, y los “cerebros” que se encuentran en el extranjero, en general, desean investigar. Al regresar a España, si se les explota excesivamente con la docencia, suelen rebelarse y los problemas comienzan. Por otra parte, si no se les da ninguna carga docente se encuentran en la situación descrita en el punto anterior, lo cual a la larga podría ser peor, cuestionándose incluso desde la propia universidad si tal o cual “investigador no docente” debe continuar en el puesto que ocupa.

4. Dificultad para formar un grupo investigador. Aún cuando encuentren un puesto como investigadores en algún instituto de nueva creación o en algún centro del CSIC, que no en la universidad, los “cerebros” tendrán muy difícil formar su propio grupo de investigación al estilo del que ellos conocen en otros países, ya que, en general no recibirán personal adscrito bien formado, sino, a lo sumo algún becario para hacer la tesis doctoral bajo su dirección y después abandonar el grupo. Esta realidad no mejora con el tiempo, sino que se cronifica y año tras año logra minar la ilusión científica de gran número de investigadores de nuestro país.

5. Escasa o nula financiación básica. España no otorga, ni siquiera a sus mejores investigadores, una mínima cantidad de dinero anual para poder investigar. Es cada jefe de grupo quien debe solicitarlo al Ministerio, explicando en largos y tediosos documentos lo que quiere hacer, lo que ha hecho en el pasado, su historial de publicaciones científicas, etc.

En estos menesteres gasta el “cerebro” la mayor parte de su energía, sin ayuda de personal de secretaría de ningún tipo, lo cual le hará sentir que pasa demasiado tiempo pegado al ordenador y no pensando precisamente en experimentos científicos sino en cómo conseguir el dinero que necesita para realizar su propio trabajo.

¿Saben Vds. de algún otro trabajo en que se trabaje para conseguir el dinero con el que hay que comenzar a trabajar? ¿Y si a pesar de todo no se consigue? Así es la vida del investigador universitario. Cualquier ingeniero que hace investigación, sin embargo, por estar asociado a empresas patrocinadoras, puede plantearse objetivos más concretos, ya que existe una mínima financiación estable, consiga él dinero o no.

6. Exceso de burocracia en los procesos de investigación. La propia institución de investigación, sea el CSIC o las universidades, por un exceso de burocratización y sin mala fe en muchos casos, o con mala fe en otros, puede llegar a impedir al investigador que realice parte de esas peticiones económicas a las agencias de financiación, así como la entrada de becarios o el establecimiento de colaboraciones científicas con otras instituciones. Sin entenderlo, por tanto, no es raro que el investigador sienta que la propia institución donde trabaja no le facilita, sino lo contrario, su labor de búsqueda de financiación y personal adscrito bajo su dirección.

7. No se contratan investigadores fuera de los puestos de funcionarios: profesores titulares o catedráticos. Normalmente en España se dirige un grupo de investigación o se hace la tesis en él, para luego abandonarlo. No hay forma de contratar a un postdoctoral con experiencia que no quiera dirigir un grupo. Las “capas intermedias” no existen. No hay dinero para contratar a personal cualificado de forma permanente.

Esto supone un gran riesgo para los laboratorios: los directores no disponen de gente cualificada y ven con tristeza cómo ellos mismos van quedando desfasados de lo que un día hicieron. La calidad de la investigación de sus grupos puede ir disminuyendo progresivamente.

8. La productividad científica no se ve recompensada en España. Sólo se evalúa desde el Ministerio el crecimiento curricular de los profesores funcionarios (profesores titulares y catedráticos). El resto de profesores españoles son injustamente olvidados, produzcan lo que produzcan, incluso si producen más o mejores resultados que algunos de los profesores titulares y catedráticos. Simplemente no se les pagará nada extra por ello. Y si producen poco, tampoco se les penalizará.

9. Falta de personal técnico o de apoyo. Lo normal es que el investigador haga todo lo que tiene que hacer él solo: pedir fondos, rellenar folios y folios cada año con solicitudes, justificaciones, inventarios, facturas; buscar bibliografía publicada, escribir artículos dominando los programas informáticos existentes para ello; hacer fotografías o dibujos explicativos para incorporar a las publicaciones (hay que ser casi un experto del Photoshop o programas similares); dirigir a los becarios predoctorales de su grupo de investigación; atender las cuestiones que vengan de su Facultad o centro de investigación…

En fin, poco tiempo le queda para investigar (pensar, discutir con otros, releer temas de contraste) con serenidad. El investigador español pierde mucho tiempo por no disponer de ayuda suficiente a nivel de secretaría fundamentalmente.

10. Un conjunto de diferentes razones como las líneas de investigación prioritarias cambiantes cada poco número de años; la baja consideracion social, laboral y económica del investigador; la injusticia curricular que normalmente ha desfavorecido a quienes eran originales, inteligentes y sabían hacer sin dar demasiada lata; las célebres y nuevas inhabilitaciones a priori, según las cuales no se permite solicitar dos proyectos a la vez como investigador principal, perdiéndose los dos sistemáticamente al solicitarlos incluso por error; y muchas otras razones me obligan a recordar a estos jóvenes investigadores que el científico en España difícilmente puede llegar a realizar una investigación seria, competetitiva y con utilidad.

Además se cronifica como un ser en minoría de edad, bajo salario, becario permanente, sin fijeza en el trabajo, a la caza constante de dinero para investigar, finalizando todo ello casi siempre en la génesis de un ser desanimado, con pérdida de autoestima, por no decir solitario, taciturno, cansado de la vida (de la profesional al menos).

Pero muchos siguen adelante: el científico no sólo investiga por vocación, o por gusto, o por obligación desde instancias superiores (aunque nadie le obliga, ciertamente), sino también y sobre todo si lleva años investigando, por voluntad cajaliana con el convencimiento de que, a pesar de los obstáculos que el sistema español de ciencia y tecnología le pueda poner, unidos a los creados por su propio lugar de trabajo, él tiene una misión en esta vida y, humildemente, tiene que llevarla a cabo.



Javier Sáez Castresana dirige la Unidad de Biología de Tumores Cerebrales en la Universidad de Navarra. Ha trabajado anteriormente en el Instituto Karolinska (1988-1990), la Universidad de Harvard (1990-1992), y el CSIC (1992-1997).

Categoría: Ciencia, Política